"Antes de componer una pieza, camino multitud de veces a su alrededor acompañado por mí mismo" (Erik Satie)
Erik Satie (Alfred Eric Leslie Satie, 1866- 1925), ya nos advirtió de qué va esto. Lejos de los ruidos de la ciudad y del vehículo acelerado; ajenos a la velocidad y al trajín, danzamos por los acordes de la armonía atonal de la Gymnopédie.
Nos dejamos caer débiles, progresamos tímidamente sobre la misma célula melódica, suave, constante, sólida, grave. La base monótona sobre la que jugueteamos con mimos y guiños soporta el calor de los Buenos Días y el caos del resto de los días... Subimos, bajamos, rozamos, tocamos, acariciamos, besamos hasta que la calma y el tesón de la célula repetida pierde su forma habitual para simular un gesto de cambio. Pero finalmente se limita a acompañar y a complacer las exigencias cadenciales de la melodía caprichosa.
Incluso cuando la voz cantante cesa, el segundo pentagrama no abandona su quehacer. La Gymnopédie se muestra como eco imperfecto de la paz hogareña. Esa paz que uno experimenta en soledad seguro de no estar solo. Un sonido triste, dulce, leve, ligero, medido, elegante, justo, sano.