Puede que por obligación o responsabilidad exista un amor del que no nos libramos nunca.
No se trata de ese amor con patas, del amor del que hablan las canciones de amor. Los libros de amor. Las fotos de amor. Las cartas de amor. No es el amor de los amantes. No es el amor del famoso San Valentín. El amor de Amor y Psique.
Ese amor sube,
baja,
va,
viene,
llega,
no llega,
llega.
Hace daño.
Tampoco es el amor confidencial. No es el amor de los secretos. No, no es el amor de comerse los mocos y contárselo todo. De horas de teléfono. De tardes de café y chismes. De haber un amigo en mí o en ti, él, ella, ellos, ellas, vosotros, vosotras, el grupo...
Ese amor también se escapa,
traiciona.
Hace más daño.
Lejos queda del amor platónico. En absoluto, no es el amor idealista. No es amor a las nubes, al sol, al éxito. No es un amor que destape la pasión y lo incondicional. No es un amor artificial, no es comercial, ni una hipótesis.
No es el amor platónico que se va,
porque nunca viene.
Si no viene,
duele menos.
Ya dice Sabina « no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió ».
Hablamos del amor que se sucede. Que se respira, que se mama, que se trasvasa, que se titula. El amor que se aprovecha de la ingenuidad y de la naturalidad. Este amor nace cuando se nace y muere cuando se muere. Despierta cuando amanece y se acuesta cuando cierras los ojos. Pobre del que lo tenga todo y no sepa de dónde viene. Este amor no se sueña, se vive con él. Se pelea, se riñe, se decepciona, se enorgullece, se defiende. Es un amor que se come el hambre de los demás con un consejo, una palabra.
No es noticia, es idiosincrasia.
Es el mejor de todos.