sábado, 9 de marzo de 2013

Se sucede

Puede que por obligación o responsabilidad exista un amor del que no nos libramos nunca. 

No se trata de ese amor con patas, del amor del que hablan las canciones de amor. Los libros de amor. Las fotos de amor. Las cartas de amor. No es el amor de los amantes. No es el amor del famoso San Valentín. El amor de Amor y Psique. 
Ese amor sube, 
baja, 
va, 
viene,
llega,
no llega,
llega.
Hace daño.

Tampoco es el amor confidencial. No es el amor de los secretos. No, no es el amor de comerse los mocos y contárselo todo. De horas de teléfono. De tardes de café y chismes. De haber un amigo en mí o en ti, él, ella, ellos, ellas, vosotros, vosotras, el grupo... 
Ese amor también se escapa,
traiciona. 
Hace más daño.

Lejos queda del amor platónico. En absoluto, no es el amor idealista. No es amor a las nubes, al sol, al éxito. No es un amor que destape la pasión y lo incondicional. No es un amor artificial, no es comercial, ni una hipótesis. 
No es el amor platónico que se va,
porque nunca viene.
Si no viene,
duele menos.
Ya dice Sabina « no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió ». 

Hablamos del amor que se sucede. Que se respira, que se mama, que se trasvasa, que se titula. El amor que se aprovecha de la ingenuidad y de la naturalidad. Este amor nace cuando se nace y muere cuando se muere. Despierta cuando amanece y se acuesta cuando cierras los ojos. Pobre del que lo tenga todo y no sepa de dónde viene. Este amor no se sueña, se vive con él. Se pelea, se riñe, se decepciona, se enorgullece, se defiende. Es un amor que se come el hambre de los demás con un consejo, una palabra. 
No es noticia, es idiosincrasia. 
Es el mejor de todos.


Entre anuncios de sopas luminosas...

Otro romanticismo (Javier Egea)

«Te escribo nuevamente desde una tarde helada

de esas en que nos puede el sentimiento
y la obsesión -ese pingajo de la soledad-
te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.

Y ves que los renglones se estrechan,
las letras se amontonan
y comprendes el hueco imposible,
el espacio que nunca compartimos
y este bello recurso de contarte la vida
poblando de historia y de sueños
las hojas tibias del dolor
que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.
Por ellos navegué durante tanto tiempo,
en ellos aprendí tantas cosas extrañas,
tanto golpe de mar,
que parece imposible olvidarte así, de pronto,
como quien tira la luz por la ventana,
como quien se despuebla de golpe de esperanza.

¿Quién puede responder sin ningún truco
a las preguntas viejas, enquistadas,
hechas parte de ti?

¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido
sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo al amanecer?

¿No volverá el amor ,
aquel juego con náufragos y cofres,
a sorprendernos con su mano abierta,
a dejar en la playa de un hombro
como alga de plata que reposa
la saliva brillante del deseo?

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Por eso he de decirte -aunque sea por escrito-

que está la casa abierta para ti,
que te esperan los libros, el té, mi soledad,
las dudas de las tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en pie sin tus palabras.

No es posible saber cuando todo enmudece
y la vida se ha vuelto una sórdida esquina
si nos falló el presentimiento
o será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.

Será que llevaremos inevitablemente
un lenguaje podrido que amarga el paladar
y te pone a escupir en mitad de la urgencia
cuando toda la historia apenas si consiste
en decirnos que sí, que nos amamos.

Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,
                                                                 tan hondas... ¡Yo no sé!

Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.

Y cartas que se escriben
cuando la prisa clava su aguijón
y te deja colgando del alero
y te da por pensar
que es posible que no nos conociéramos
aunque fuimos viviendo el mismo frío,
la misma explotación,
el mismo compromiso de seguir adelante
a pesar del dolor.»

Groggy

Mutar en una tostada, un tenedor, una goma de borrar o un mechero. Vivo, inerte; chillón, gris; acordarse, recrearse; travieso, paliza; saltarín, reptil; despertar, desvelarse.

Cuando uno escoge la calma está destinado a caer en la pasividad y todo empieza a pasar, y tú también pasas. Hay un desfase que adormece, lo que hay fuera se acelera, llega un punto en el que tus ojos son demasiado lentos para seguirlo todo con la vista, y entonces tu cerebro desconecta y se acomoda. 

Podrían pararse a descansar en un banco, en un parque, en un tobogán.
Podrían pararse a observar las gotitas que deja la lluvia en los cristales. Esas que enfadan tanto.
A oler entre las páginas de los libros; nuevos, viejos, electrónicos, de biblioteca, etc.
A contemplar los colores cálidos, horizontales y turbadores del típico atardecer.
A crear una rutina de café después de comer.
A leer los aleccionadores azucarillos húmedos. Lo que ocurre es que les da miedo sentir que se puede aprender de un puñado de azúcar.
A escuchar el choque de las ramas o el vuelo de una sucia mosca.
A entender las letras de las canciones que escuchan para darse cuenta de que son una caca. 
A cumplir con el tópico de repartir sonrisas por la calle sin venir a cuento para darse cuenta de que existe gente que nunca se ha visto. 

Todo se cualificaría mucho más. 

No se reirían de los individuos que tienen pasiones y métodos distintos y no tiene esto mucho sentido con el primer párrafo en el que se anuncia una muerte, pero bueno, creo que se trata más bien de escoger una u otra vida. Un sitio donde uno « descanse en paz », pero vivo.