jueves, 9 de mayo de 2013

Como esos números próximos que no llegan a tocarse nunca.

La sensibilidad de Paolo Giornado para tratar a las personas como seres únicos me fascina. Lo cierto es que cuando lees "La soledad de los números primos" te sientes inmediatamente identificado con las luces y las sombras de algunos personajes. Al final, dependiendo de tu experiencia personal, el libro o bien acaba por penetrar en tu cuerpo como la picadura de un mosquito africano con una extrema sed de sangre, o bien te acaricia las mejillas, la nariz, los labios y el cuello con la sensualidad de unos dedos fríos sobre una piel limpia. Sea como sea no pasa inadvertido. 

Alice acaba por amargarte las noches con su fragilidad y su desgana para todo, menos para Mattia. Cuando Mattia aparece con sus manos señaladas con rayas rojas y blancas, Alice se eleva y aletea como una mariposilla que pide juego sobre la nariz oscura de un imperturbable perro. Alice se colorea. Alice disimula su cojera cuando Mattia le acompaña en un paseo o en una foto. Pero qué rabia. Por qué mentiría aquel día. Fabio es alguien nuevo, sí, pero no es nada. Y poco a poco, la nada va ocupando la vida y las horas de Alice, que parece llenarse con el hábito y las ricas comidas que Fabio se esmera en hacer. Y que nunca come.

Mattia te hace hervir la sangre cuando piensa en hacer las cosas y decide buscar un objeto punzante con el que dañarse las manos. Las mismas manos con las que tendría que haberla asido con fuerza, en cierto momento en que, por un ataque imposible, decide irse tan lejos. Le sudarían la frente y los pies cuando Alice le decía sin piedad « Vamos ». Es siempre reacio a dejarse llevar, menos con Alice. Inerte y frío como la barandilla de la escalera que a veces simula un leve vibrar con el paso de las manos humanas. Y Denis, y Nadia. Deja a un lado siempre cualquier oportunidad para además perder siempre la misma. Unas circunstancias u otras lo empujan siempre a mirar hacia atrás, hacia aquel banco del parque donde Michela le esperó y después ya era tarde.

¿Cómo dos números tan cercanos no pueden tocarse nunca? ¿Cómo Paolo consigue definir con palabras lo abstracto de la soledad de esos números?

(Me veo de nuevo tendida en aquel barranco, en la nieve, en medio de un silencio perfecto. Tampoco ahora nadie sabía dónde estaba; tampoco ahora vendrían por mí. Tampoco lo esperaba ya.
Sonreí al cielo terso. Con un poco de esfuerzo podría levantarme sola.)